La primera dama de Morelos se pasea por el Casino de la Selva por una exposición artesanal. A diestra y siniestra la rodean mujeres de la mejor sociedad, todas elegantes, todas perfumadas. Bañándose de pueblo, la primera dama se acerca a una herbolaria morelense, artesana afamada. Intenta halagarla: “Que lindo huelen tus manos, a puras flores”, le dice. La curandera la contradice: “No, mis manos no hueles a flores sino a sangre, con ellas cure a mis hermanos de Tepoztlán a los que el gobierno de tu marido embosco en Chinameca”. Lívida, la primera dama de Morelos le vuelve la espalda; atronan sus taconazos el azorado silencio que la envuelve.
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